UN PRESENTE DE MAGIA [MI ESCRITO PARA EL CONCURSO BLOGGER DE LA FILBA 2018]

INSPIRADO EN LA FRASE DE LILIANA BODOC

“Si el día presente quiere parecerse al día pasado, el tiempo pasa lento y duele. Si el día el presente quiere parece al día futuro, el tiempo pasa lento y desasosiega. Si el día presente se parece al día presente, el tiempo transcurre en su justa música y acompaña”.

Había dos relojes colgados en la pared de su habitación. Uno estaba atrasado diez minutos y treinta segundos, mientras que el otro marca diez minutos y diez segundos de más. Ambos saltaban de segundo en segundo, uno sonando después que el otro, pero nunca coincidiendo exactamente. Eso es, ninguno jamás era consciente de no estar viviendo en el presente. El primer reloj vivía estancado en momentos que ya habían pasado, recuerdos y memorias, todos sucesos que ya habían tomado lugar y que seguía reviviendo, sin avanzar. El otro reloj vivía en lo que podría llegar a ser, en sueños y aspiraciones más grandes que sí mismo, pero nunca respiraba el tiempo del presente, sino aquel que algún día tomaría lugar.

Y los dos la miraban a ella, la joven de cabello negro, de ojos oscuros y tez pálida como la tinta sobre el papel blanco de los infinitos libros que devoraba. Tick, tack. Ambos relojes, uno al lado del otro como ojos en una cara, la observaban día y noche. La miraban con tal desaprobación que era evidente que la estaban juzgando. Dos ojos que no coincidían corrían una carrera donde uno nunca alcanzaría al otro y, aun así, a pesar de todo el alboroto, se paraban a mirarla. Día. Y noche.

Era irónico, eso es, cómo la lectora no estaba ni diez minutos atrás ni diez minutos adelante. Si hubiera sido como todas las demás, uno hasta podría decir que vivía en el presente. Si ella fuera de esas que no se quedan en casa los viernes en la noche, de esas que conocían palabras raras que hacían que sus amigos la miraran raro, que nunca prestaba atención porque su mente estaba en otro mundo. Si ella no fuera de las que leían. Y por eso, por ese minúsculo atributo, la lectora tampoco vivía en el presente. Sentía, entonces, cómo los ojos en la pared la observaban, la juzgaban. Y lo mismo hacía todo el mundo.

Si tenía nombre, la joven no lo recordaba. ¿Acaso importaba? Un día era una bruja con vestidos de harapos, o un hada de ojos violetas y orejas puntiagudas. Otro día sería una ladrona despiadada o una guerrera épica, siempre con una pizca de magia untada en sus labios. Un fantasma de niebla, una hechicera de plumas de cuervo. La joven pasaba todo su tiempo en mundos que no eran éste, en realidades que no eran definidas “reales” por mucha gente. Se la pasaba viviendo aventuras y vidas que no eran suyas. Ni un minuto atrás, ni uno adelante. Y aun así los relojes la miraban sin detenerse. Infinitamente.

Había un mundo allá afuera, un mundo con millones y millones de estrellas, pero los ojos de la joven estaban hechos para los cielos de mundos ficticios. Para personajes que nunca vería cara a cara, para castillos en los que nunca caminaría. Caminaba, y un hilo de magia la seguía, aquel que persigue a todos aquellos que la han experimentado. Y los relojes no entendían cómo podía ser aquello, si ella jamás había levantado la vista de su libro. La respuesta era, claro está, que nada de lo que sus ojos devoraban eran simples cuentos de hadas. Su mente podría ser escurrida y cientos de cosas caerían al suelo: dragones, coronas, espadas. Y nadie entendería el significado de estos objetos.

Tick, tack. Dos relojes incapaces de alcanzar el presente. Uno más atrás, lento y deprimido por estar atrapado en lo que ya había sido. Uno más adelante, viviendo lo que no había sido y tal vez nunca fuera. Y una joven, una que era inmortal y viviría por siempre en historias inventadas. Una que, aunque el mundo la mirara raro y los ojos de la pared la juzgaran, contaría con haber vivido el presenta mil veces.